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La Primavera de Millet

Como es primavera, quería compartir con vosotros este cuadro de Millet, titulado muy apropiadamente Le printemps (La primavera), que se encuentra en el Museo de Orsay. Lo empezó a pintar en 1868 pero estuvo trabajando en él hasta 1873, dos años antes de su muerte.

El blog de Chitty | Le Printemps de Millet

Se trata de un paisaje de estilo realista pero, si os digo la verdad, ese arco iris al fondo y esa luminosidad tan especial le dan un toque de «paisaje de cuento de hadas», en mi opinión.

Es cuadro dedicado por entero a la naturaleza pero, a pesar de todo, hay una persona ahí… fíjate… mira bien… ¿ves al campesino? Está debajo del árbol del centro, al fondo, muy al fondo. Tan al fondo, que casi no se ve. Pero es el elemento al que nos lleva el camino principal.

Era una de las pinturas favoritas de Proust. En su libro How Proust Can Change Your Life (en español: Cómo cambiar tu vida con Proust), Alain de Botton comenta que el famoso episodio de la magdalena (sí, sí, no podemos negar que todos pensamos en la magdalena cuando oímos hablar de Proust, ¿eh?) es tan evocador porque los sentidos nos transmiten mucha más información que la mente.

¿Qué estoy diciendo? 🙂

Un olor o un sabor nos hacen evocar muchas más cosas que una imagen o un pensamiento. ¿No es verdad? Eso es lo que le pasa al personaje de Proust en Du côté de chez Swan (Por el camino de Swann), el primer volumen de la gran obra À la recherche du temps perdu (En busca del tiempo perdido). Cuando moja la magdalena en el té, y le da un mordisco, le inunda una sensación de felicidad muy grande, porque ese sabor le transporta al pasado, a la infancia, cuando estaba en casa de su tía Léonie y ella le daba a probar las magdalenas que mojaba en su té.

Y dice también Alain de Botton que el verdadero genio de un pintor no está en su técnica, sino en los pequeños detalles que plasma en su obra y que pasan desapercibidos a primera vista, pero que nuestro subconsciente registra. Hay cosas que vemos sin saber que las vemos. Cuando miramos un cuadro, recibimos mucha información, más de la que nos damos cuenta. La primera vez que ponemos los ojos en una pintura es como abrir los ojos en la semi-oscuridad: al principio está todo oscuro pero, poco a poco, las pupilas se dilatan y empezamos a distinguir los contornos de las cosas, las formas, las sombras y las siluetas, incluso algún atisbo de color, todo en el juego de las luces y las sombras.

Mirar un cuadro es ir descubriendo poco a poco pequeñas cosas ocultas, discretas, que añaden significado extra a lo que vemos a primera vista. Por ejemplo, en este cuadro lo primero que veo es el camino del centro, y el árbol al fondo. Pero si sigo mirando, entonces aparece ante mis ojos el contraste entre la oscuridad de la tormenta y la luminosidad del sol sobre los campos, o la delicadeza de las pequeñas flores que crecen al lado del camino. Y entonces ya empiezo a imaginarme el olor a tierra mojada, o la frescura del aire después de la tormenta.

Y esas cosas no están en el cuadro.

¿Tú qué sensaciones tienes cuando miras esta obra? ¿Olor, tacto, sonido…? Cuéntame.

Blakelock y Auster: de pinturas y libros

Este cuadro se llama Moonlight y fue pintado por Ralph Blakelock en 1885; se trata de un óleo sobre lienzo, de 68,7 x 81,3 cm, que actualmente se encuentra en el Museo de Brooklyn:

blakelock

Me gusta mucho este cuadro porque cada vez que lo miro veo algo diferente y fascinante… y además… ¡lo descubrí mientras leía un libro! Sí, sí, estaba leyendo una novela y de repente me topé con una de las mejores descripciones pictóricas que leído en mi vida… la de Moonlight (Luz de luna), de Ralph Albert Blakelock.

Mírala bien, y dime… ¿qué es lo que más te llama la atención? ¿Qué es lo primero que ven tus ojos?

A primera vista, parece un cuadro gris, e incluso insignificante, si no fuera por ese tremendo resplandor de la luna que ocupa la parte central del cuadro.

¿Es eso lo que ves primero, la luna? 🙂

La descripción de este cuadro la encontré en una novela de Paul Auster que se llama The Moon Palace (El Palacio de la Luna), cuyo argumento no te voy a contar porque no se puede explicar nada de esa historia sin desvelar datos importantes…

El caso es que, en su novela, Auster habla -entre otras muchas cosas- de la desdichada vida de este pintor neoyorquino, que vivió entre 1847 y 1919, y de cómo la luna se convirtió en uno de los elementos fundamentales de sus pinturas. Claro que la luna también es uno de los elementos fundamentales de la novela de Auster… pero esa es otra historia… y te he dicho que no te la iba a contar 😉

Volviendo al cuadro, ¿quieres saber lo que le llamó más la atención a Auster? Pues más que el círculo resplandeciente de la luna, lo que le fascina al escritor es que el cielo sea del mismo color que la tierra que aparece en segundo plano. Y también del mismo color que el río que divide la tierra del primer plano en dos partes.

Si te fijas bien, puedes ver que hay dos planos de tierra: en primer lugar tenemos la tierra de tono oscuro, dividida en dos por un río que queda justo debajo de la luna, y que refleja esa extraña luz del cielo. Y en segundo lugar, justo detrás de la silueta de los árboles, tenemos otra porción de tierra del mismo color que el cielo, aunque algo más oscuro.

De modo que, cuanto más miro el cuadro, más inquietante me parece… porque me da la impresión que la luna es un sol que ilumina el segundo plano como si fuera de día, dejando al primer plano en la oscuridad de la noche. Y ya no sé si es de día o de noche… como el protagonista de la novela de Auster.

Es una sensación de inquietud y preocupación similar a la que me produce El Imperio de las luces de Magritte.

Blakelock tuvo una vida difícil y triste, y acabó sus días internado en un centro psiquiátrico. Es casi una ironía que la luna dominara la mayor parte de sus cuadros, sobre todo si utilizamos el adjetivo «lunático» para describir sus paisajes…

¿Quieres ver más «paisajes lunáticos» de Blakelock?

Este también se llama Moonlight, y lo pintó un año después, en 1886; actualmente está en Washington, en la Corcoran Gallery of Art:

Blakelock-Corcoran

Aquí tampoco falta la luna, ni siquiera en el título: Brook by Moonlight (Arroyo bajo la luz de la luna); está en el Toledo Museum of Art, en Ohio:

blakelock-brookmoonlight

Este último tiene el sugerente título de Canoe in the Moonlight, y pertenece a una colección particular:

Ralph-Albert-Blakelock-Canoe-in-Moonlight

Si te ha gustado, y quieres saber más sobre la enigmática figura de Ralph Albert Blakelock, puedes visitar esta página de la Universidad de Nebraska: Blakelock.

Los colores

Los colores que están muy cerca en el círculo cromático se llaman “armoniosos”, tal y como estableció Michel Eugène Chevreul (1786-1889) en su teoría del color.

Van Gogh, al igual que sus contemporáneos los impresionistas, comprendía muy bien este concepto de armonía. Por ejemplo, fíjate en esta preciosa gama de amarillos, que van del oro viejo más intenso al amarillo claro más brillante: es una combinación que produce una sensación de armonía y calidez inigualable:

Sin embargo, los colores que están enfrentados en el círculo cromático –los complementarios– son los que no “pegan”, es decir, su combinación produce un resultado impactante, agresivo y un tanto vulgar; es el caso de la bata del pintor del Autorretrato de Kirchner.

Mira ahora Las amapolas de Monet:

El rojo resulta asombrosamente intenso contra el fondo verde, que parece ligeramente gris. Y es que el efecto de verdor en este cuadro no se consigue mediante el uso de tonos verdes, sino de tonos grises. Qué raro, ¿verdad? Esto es porque un gris rodeado de un color tiende a adquirir el matiz del complementario de ese color. Así pues, si tenemos en cuenta que el complementario del rojo es el verde azulado… un gris rodeado de rojo aparecerá como verdoso.

Si Monet hubiera pintado el campo de verde intenso, el efecto habría sido vulgar y “chillón”, en lugar de cálido y lleno de color.

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